lunes, 11 de junio de 2012

Imagine, qué ironía

U I L
I.
Qué ironía. El programa que se daba a los espectadores que asistieron el pasado viernes a la presentación de la obra Peer Gynt, en el teatro Colsubsidio, daba crédito a todos, con excepción de los músicos. En su portada rezaba: “Género: Teatro contemporáneo con música”. Qué ironía. Porque fue la música la protagonista del espectáculo, o, para ser más exactos: la música fue el espectáculo. Actores, escenografía, iluminación, y... música —¡Qué ironía!— fueron, sin embargo, opacados por los verdaderos protagonistas de la noche: tres recuadros que pretendían hacer inteligible para el público bogotano una adaptación en japonés de la obra del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, y que, aunque no se llevaron los aplausos del público, sí se robaron todas sus miradas. Qué ironía... Qué ironía. “Traducción a cargo de Mori Mitsuya y la operación de subtítulos por parte de Yoneyama Junichi”, ambos personajes brillaron por su ausencia, o por su ineficiencia. Qué ironía. “Con subtítulos en español”. Dos horas cuarenta minutos de puesta en escena, y no se entendió ni jota. Qué ironía. Poco se puede decir de la presentación de la compañía japonesa SPAC (Shizuoka Performing Arts Center), dirigida por Satoshi Miyagi. Al parecer los actores lo hicieron bien ¿qué?, no se sabe, pero su actuación parecía reflejar horas de ensayos y transmitía “algo” cuyo significado, por siempre, quizás, tendrán que imaginar, qué ironía, los espectadores que asistieron a la sala del Roberto Arias Pérez.

II.
“Imagina que no hay países, no es difícil hacerlo, nada por qué matar o morir, ni tampoco religiones. Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz”. Jonh Lennon, sin lugar a dudas, tenía imaginación, pero nunca vino a Colombia. John, imagina que una obra empieza a las tres y que luego te dicen que a las 4; imagina que esperas una hora para que te digan luego que esperes otras dos; imagina a un grosero organizador gritándote que si tienes mucho afán puedes ver una obra en albanés cuando a duras penas entiendes español; imagina que te sientas durante 120 minutos frente a una pantalla tratando de perseguir los subtítulos que, imaginas, te permitirán comprender el albanés prometido; imagina a la compañía kosovar Teatri Kombetar i Kosoves sobre el escenario del Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional; imagina que los actores y músicos que la conforman se paran frente a ti durante dos horas e interpretan las mismas canciones utilizadas en cientos de películas, series de televisión y otros espectáculos varios, y que repiten los clichés que tu colega Charly García definiría tan bien con la frase “Filosofía barata y zapatos de goma, quizás es todo lo que te di”; imagina lo novedosa que puede resultar una obra llamada Rock and Roll, en donde se escuchan solos de guitarra de Jimi Hendrix, lamentos de Joan Báez y se canta en grupo, con coreografía de niños de escuela jamaiquina, Redemption song; imagina esta ecuación inimaginable: libertad es igual a: sexo, drogas y rock and roll ¿cómo no se nos había ocurrido, ah? John, puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Por eso espero imaginación de los artistas. La guerra que condujo a la separación de Yugoslavia fue terrible y horrorosa, algo, en verdad, inimaginable. Kosovo nació de las ruinas de una guerra devastadora y, lastimosamente, recurrir al manido tema de rock and roll y libertad para abordar este hecho anula un poderoso testimonio que podría llegar a transmitirse a través de una apuesta mucho más innovadora y arriesgada. Filosofía barata y zapatos de goma, eso fue todo lo que se vio.



jueves, 15 de marzo de 2012

Mattia va al mare I y II: del ruido blanco a la musicalización

U I L

Mattia quiere encerrar los objetos que le rodean. En círculos perfectos trazados con un lápiz el pequeño Mattia logra capturar las cosas. Sin embargo, descubre que todo cambia cuando de seres vivos se trata. Una inasible mariposa es víctima del capricho de Mattia, quien, ante la imposibilidad de satisfacer el deseo de encerrar en uno de sus círculos al esquivo insecto, opta por aplastarlo contra el suelo con una piedra. Solución extrema, pero efectiva.

Pero el verdadero reto para este pequeño carcelero se presenta ante sus ojos al divisar el mar. ¿Cómo apresar su inmensidad? Ni su lápiz, ni una rama le bastarán para lograrlo. ¿Qué hacer? El infante opta entonces por una solución ingeniosa: encerrar al mar en un círculo dibujado con las líneas del horizonte. Pero la estrategia fracasa y es él mismo quien termina encerrado en decenas de horizontes. En medio de esos horizontes, de esas perspectivas, se percata de que su propia existencia se encuentra encerrada en los círculos que las ondas de agua forman a su alrededor. Así comprende que todo está en todo, que todo es uno. Un poco más sabio que al comienzo de esta historia, el pequeño Mattia regresa a la playa y arroja al mar su lápiz, que, al caer, traza sobre el mar un último círculo.

Mattia va al mare, cortometraje animado de Ferrari Cordini, puede apreciarse en la plataforma de Youtube en dos versiones absolutamente diferentes. Comencemos hablando de la segunda. Se trata de un buen ejemplo de cómo la música se integra al componente visual para crear una sola unidad de sentido. En esta versión la música guía nuestra percepción acentuando el sentido profundo de lo que nos cuentan las imágenes, conformando, en resumidas cuentas, una obra integral.

De otra parte, la primera versión es una muestra de simple y llano acompañamiento. La música está al lado, o, mejor: detrás de las imágenes; sin ton ni son. Se aprecian cuatro instrumentaciones diferentes, que no narran, no cuentan, no acentúan la narración visual, no la complementan; son obras independientes del material animado. Como anoté antes, tan solo acompañan, pero no llegan al nivel de la segunda versión, que sí es una musicalización; una parte inseparable del componente visual. La música en la segunda versión forma parte de una obra que se completa con las imágenes.

Ahora bien, la primera versión es una suerte de conjunto de melodías deshilvanadas, que dan lugar a silencios inexpresivos —los podría haber expresivos—, que no aportan nada a las imágenes y que, finalmente, se convierten en mera música de fondo, ruido blanco, en suma: un agregado decorativo que quita fuerza a la obra, disminuye su calidad estética e imposibilita la experiencia lúdica para el espectador.

Debo confesar que seguí, a pies juntillas, las instrucciones dadas por quien me recomendó hacer este interesante ejercicio. Así que no leí ningún comentario sobre los videos ni presté atención a los créditos. Luego comencé a escribir estas líneas y sólo retorné a la página de Youtube para obtener el nombre del autor de la animación. Pero es el momento de dar crédito al autor de la música de la segunda versión. Vaya sorpresa la que me llevé cuando supe de quién se trataba. Nada más y nada menos que de Alexander Klein, un joven compositor bogotano a quien hay que seguirle el rastro. ¿Cuándo nos dejará escuchar más de su trabajo? Esperemos que muy pronto. Sea esta la ocasión para felicitar al novel maestro y el momento oportuno para dar, al amigo que me sugirió la realización de este ejercicio, un aplauso y mil gracias. 




A continuación se presentan ambas versiones.

Primera versión:

Segunda versión: