domingo, 31 de julio de 2016

Oasis naranja en la Ciudad Blanca

U I L

Desde la escalinata blanca del ágora que se alza sobre el techo del monumental Edificio Rogelio Salmona de la Universidad Nacional de Colombia se tiene una vista de 360 grados que permite ver hacia el Occidente unas lejanas montañas y una interminable línea de asfalto que parece conducir a ellas, la Avenida El Dorado. Pero no hay que perder de vista la escalinata. Está hecha de un material que, adivinando, podría decirse que es concreto blanco, si tal material existe. Claro que, observando con atención, la porosidad de la superficie se asemeja más a las características de una roca. ¿Estaré sentado sobre una inmensa roca blanca cincelada por maestros de obra colombianos? Extraña sensación la de creerse parte de un plan urbanístico, pero quizás sea así. Tal vez don Rogelio tenía calculado milimétricamente que hoy a las 6 de la tarde yo me sentaría sobre su escalinata blanca a observar la ciudad desde la ciudad, es decir, a mirar Bogotá desde la “Ciudad Blanca”. Qué curioso, blanco sobre blanco, podría ser el nombre de una obra abstracta. ¿Y por qué no? Este edificio parece el resultado de un complejo juego geométrico. Líneas de ladrillos naranja que forman ángulos imposibles se transforman en semicírculos y escaleras que Escher hubiera recorrido con placer. Pero allí, en el costado oriental, donde se ven las escaleras que conducen al primer piso de esta construcción, aparece una franja verde oscuro trazada con una brocha gorda que separa el cielo gris de la tarde del naranja intenso del Salmona. Son los cerros orientales que cercan la sabana. Si se baja la mirada se alcanza a ver un edificio blanco de ventanas cuadradas, poco agraciado arquitectónicamente, pero que se planta firme al lado de los pinos que le separan del desierto naranja donde me encuentro. Hasta aquí el paisaje es paisaje. El norte ofrece una vista de techos donde la mirada rehúsa posarse. Resultan más interesantes los bancos de piedra con formas de polígonos irregulares que flanquean ese costado del edificio. A 180 grados de este punto aparece el sur. Los edificios ya muestran algunas luces encendidas. La Avenida El Dorado, que aquí todavía se llama Calle 26, parece una instalación de árbol de navidad, luces intermitentes por doquier, la distancia enmudece los pitos del tráfico que transporta a las almas de esta ciudad. Ya ha oscurecido y se han encendido las luces del edificio. Bajo la escalinata blanca porque ya queda poco por ver, me digo, pero aparece una piscina azul frente a mis ojos, ayer no se veía tan hermosa, la luz del mediodía la hacía invisible, pero ahora, los focos que la bordean la han convertido en un bello ojo azul que parece observar al cielo desde este oasis naranja en medio de la Ciudad Blanca. Me detengo a observar el ojo que también me observa y me doy cuenta de que soy una más de las fichas del ajedrez de Rogelio Salmona, él lo tenía planeado, cada ladrillo de este edificio está donde debe estar, yo estoy donde debo estar y la belleza de su construcción se ha realizado frente a los ojos de esta insignificante ficha de carne y hueso que deja evidencia en estas líneas de la consumación de un jaque mate.